Nueva York 1985. En escena, personajes de diferentes procedencias afectados directa o indirectamente por el sida en medio de un clima político ultraconservador presidido por Reagan. Ese es el contexto de “Àngels a Amèrica” que esta temporada se puede ver en el Teatre Lliure a cargo de la “Kompanyia Lliure” en la que será, seguramente, su última representación tras la defenestración de Lluis Pasqual. Les acompañan, además, tres invitados: Vicky Peña, Pere Arquillué y Òscar Rabadan. En definitiva un soberbio trabajo de equipo a las órdenes de David Selvas. De equipo. Porque una cosa que hay que dejar clara es que “Àngels a Amèrica”, es una obra coral. Sería injusto resaltar el trabajo de ninguno de los actores y actrices sobre el gran texto de Tony Kusnher (subtitulado Fantasía gay sobre temas nacionales), una obra que acabó siendo la pieza más ambiciosa e imaginativa del teatro norteamericano de la época. La elección de Quim Ávila para el rol de Belize hizo saltar la polémica con el colectivo de actores y actrices de raza negra. El autor especifica que Belize es un travesti negro que trabaja como enfermero en un hospital donde cuida de enfermos de sida; pero resulta que Ávila es blanco. Selvas ha incluido en el montaje una proyección donde aparece un mensaje que suena a disculpa. Lo incluyó a petición de Quim Àvila quien, desde el principio, se sintió incómodo por asumir ese rol.
La obra está configurada como un díptico, representado en dos partes: “Se acerca el milenio” y “Perestroika” tal y como recomendó Pasqual, a quien, por cierto, en la rueda de prensa de presentación del montaje, Selvas agradeció su apoyo. Dice la web del Lliure que ambas partes se pueden ver de forma separada. No lo creo así. Resulta mucho más interesante y clarificador acceder a la obra entera. Se representan en días alternos, salvo el sábado, en el que, afortunadamente, se puede seguir la obra completa. Esta ha sido reducida en extensión con el fin de resultar más asequible. La obra original tiene una duración de más de siete horas; la versión que se puede ver en el Lliure ha sido reducida a algo menos de cuatro horas y media. Antes de seguir hablando del montaje del Lliure vale la pena recordar que en 1996, en pleno pujolismo, la primera parte inauguró, de forma oficiosa, el TNC (con todas las convulsiones que a las almas bien pensantes del entorno convergente provocó) con grandes interpretaciones, bajo la dirección artística de Josep Maria Flotats. Desgraciadamente la segunda parte no se llegó a estrenar nunca. Después de varias polémicas que no vienen al caso, Flotats fue despedido y con ello cayó la representación de Perestroika, la segunda parte prevista para la temporada posterior.
Imposible resumir en pocas líneas esta explosión de teatro que da lugar a un collage audaz, emocionante, cargado de vida cotidiana, de profundos debates ideológicos, escenas oníricas, humor inteligente, miedos y anhelos con los que se explora la identidad sexual, religiosa, nacional y racial de una sociedad. Una mirada caleidoscópica sobre el amor, la fragilidad humana, las contradicciones, la lealtad, la traición, la culpa y la intolerancia que el auge de las ideologías ultras vuelve a poner sobre la mesa. En la primera parte, el desarrollo es mucho más lineal que en la segunda, más cargada de simbolismos y escenas del todo surrealistas, más sobrecogedora.
Los personajes son judíos, mormones, caucásicos y negros. Un retrato de la sociedad norteamericana, magníficamente resumida. Sus temas centrales son la peste del sida y el ascenso del conservadurismo, con Reagan triunfante en su segundo mandato. Parecen temas ya pasados, pero no lo son. Es cierto que el VIH se ha controlado, más o menos, y que la homosexualidad, en las sociedades occidentales, disfruta de una aceptación social que hace veinticinco años era imposible, mucho menos después de la estigmatización del colectivo que supuso la enfermedad. Pero no podemos negar que el sida continúa siendo un problema de salud pública. Y tampoco puede decirse que el segundo asunto no sea actual, con un singular vínculo entre el pasado, el presente y la obra: Roy Cohn, el canalla elegido por Kushner, es un personaje real que murió en 1986 de sida. Kushner lo define como «un abogado de éxito de Nueva York y un hombre muy influyente en las cloacas del poder». Fue el principal consejero del general McCarthy durante la Caza de Brujas y, entre otras cosas, representó al ahora presidente Donald Trump cuando éste empezaba en el mundo de los negocios. Muchas cosas han cambiado desde la era de Reagan, pero la era de Trump, caricatura salvaje de Reagan, ha retomado otras y las ha propulsado hasta el esperpento salvaje. Las epidemias pueden ser de tipos muy diversos, de salud pero también morales o ideológicos. El sida nos mostró nuestra fragilidad como seres humanos. Los totalitarismos, que a modo de epidemia se están extendiendo de forma alarmante provocando una crisis política y humana de una magnitud impredecible, también. Una epidemia descontrolada que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida: la convivencia, la familia, los valores democráticos, la religión, en definitiva, todos los fundamentos de nuestro funcionamiento social y humano.
La escenografía es fundamental. Una escenografía planteada al servicio del doble plano (realidad-fantasía) por el que transitan vivos y muertos, espacios cerrados con paredes que caen y dejan ver fantasmas del pasado, o que encierran a sus personajes en su enfermedad, en sus alucinaciones o en sus sueños. El director ha dedicado muchos esfuerzos en potenciar los desvaríos oníricos. Un efecto que deja al espectador boquiabierto es el del ángel que cae desde el cielo sobrevolando el escenario sujeto con un arnés. Otro aspecto fundamental son las piezas musicales de los 80: New Order, Queen, David Bowie, Eurythmics, Cyndi Lauper y un magnífico homenaje a Freddie Mercury. No quiero olvidar el tema que canta Ethel Rosenberg “Jerusalem la dorada” cuando cree que Roy se está muriendo, que si bien no es un canto tradicional hebreo, como se supone en la obra, es bellísimo y aporta un plus de emotividad.La carga de reflexión y emoción de “Àngels a Amèrica” conduce al espectador a captar la profundidad y la calidad de un texto extraordinario (imposible de encontrar en castellano ni catalán). “Más vida”, pide Prior al final, frente al Ángel de las Aguas en Central Park, en un final esperanzador y optimista. Los que hemos sido afortunados de poder haber asistido a su representación, dentro de unos años diremos orgullosos: Yo estuve allí.
PS. Aquí os dejamos el interesante coloquio después de la función con toda la compañía