En España no estamos acostumbrados a hacer ficción sobre hechos reales, y mucho menos sobre temas de actualidad. Por eso hay que reconocer la valentía de Jordi Casanovas llevando al escenario los hechos políticos que sucedieron en Catalunya durante los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 2017.
Sin embargo, Casanovas, un autor que sabe captar primorosamente las tensiones del “teatro de comedor” (Vilafranca es un buen ejemplo) evita hacer teatro documento, pero nos muestra a través de la ficción cómo la realidad extrema y la política pueden volver del revés nuestras vidas.
En el escenario una familia, la familia Font, que ve cómo de repente sus problemas y pequeños dramas personales pasan a un segundo plano arrinconados por el momento histórico que se vive. El momento que vive Catalunya, ya que lo que pasa fuera queda, también, en segundo plano. De muestra un botón: La obra empieza con el atentado de Las Ramblas a los que los protagonistas no dedican ni tres minutos.
Rosa, Jaume, Jofre y Laura son una madre, un padre, un hijo y una hija con diversidad de opiniones sobre la situación política catalana; personas que luchan por ser dignos y coherentes en la vida, con sus convicciones políticas y sociales, con sus preocupaciones, sus angustias, sus anhelos, sus crisis matrimoniales y sus problemas de relación, que ve de repente sacudida su cotidianidad por la situación política provocada por el proceso independentista. Pero, a la vez, esa política que les entra por la ventana procuran analizarla desde la calma y el sosiego. Los personajes, sentados alrededor de una mesa, comentan, discuten, plantean dudas, preguntas, ilusiones y anhelos, y muestran los sufrimientos que les va provocando lo que pasa fuera y lo que les pasa dentro mientras sienten cómo esto les está transformando, intentando que no les fracture. En este trayecto político cargado de emotividad, Casanovas, quizás con voluntad pedagógica, nos muestra el gran esfuerzo que hacen los cuatro por empatizar con los pensamientos y posicionamientos de los demás, por entenderse y comprenderse a través del diálogo, mientras buscan la manera de perdonar.
Si bien la trama se desarrolla en el interior de esta familia, Casanovas abre el foco a la actualidad citando a los protagonistas del momento en boca de sus personajes o con fragmentos grabados de declaraciones reales.
Esperanza, miedo, perplejidad y rabia son emociones nítidamente reflejadas. No hay blancos y negros, y sí muchos grises. Pero para tanta emoción que quiere transmitir el texto, a la dramaturgia le falta garra, intensidad. La dirección del montaje que pudimos ver el viernes 16 de octubre en L’Auditori de Granollers fue pobre. La escenografía, escasa, que no minimalista: una plataforma giratoria con una mesa y cuatro sillas que indican el paso de un tiempo que da vueltas para no llegar a ninguna parte. Buena metáfora. El movimiento de los personajes por el escenario, las transiciones, poco elaboradas. Ver a Jofre en el fondo de la escena con una botella de cava y cuatro copas, esperando a tener el pie para entrar en la acción no está a la altura de lo que pretende la obra. La música, poco acertada, no aporta nada.
El trabajo actoral, plano. Está claro que Casanovas no pretende mostrarnos unos héroes sino unos seres humanos, imperfectos como cada uno de nosotros, pero para ello era necesario darle a cada personaje intensidad y personalidad. Abel Folk, el padre, sobre quien recae el peso de la trama, se queda en un personaje escurridizo e hiperactivo. La madre, Míriam Iscla, nos quiere conmover, pero consigue hacerlo sólo en determinados momentos. Marta Ossó no llega a enfatizar lo suficiente la contradicción que supone tener el corazón repartido entre las dos posiciones políticas encontradas y las consecuencias que ello tiene. Y, por último, Francisco Cuéllar, el hijo, el más comprometido es quizás quién es más capaz de definir claramente su personaje.
Por si fuera poco, en la escena final, a modo de conclusión, el autor introduce un diálogo entre Jaume y Rosa, en el que se sinceran dejando al descubierto sus sentimientos respecto al otro. Un diálogo que rompe totalmente el in crescendo y dramatismo de la situación política y que distrae al espectador.
En definitiva, una obra que teatralmente no es muy buena pero que tiene valor porque acaba siendo el reflejo de cómo se siente la sociedad catalana tres años después de aquellos meses tan conflictivos. Casanovas trata de revivir y revisar no la Historia con mayúsculas, sino la historia, la de las personas. La sensación que proyecta la obra es la de recordar haber formado parte de algo, pero con un regusto a derrota. Recordando quiénes éramos entonces puede que entendamos mejor quiénes somos hoy. Y es que, seguramente, “Alguns dies d’ahir” surge de la necesidad de explicar, de comprender esos momentos convulsos, pero quizás necesitemos la perspectiva del tiempo para analizarlos.