


En este tiempo de guerra, tiempo sin sol, solo la cultura nos hace felices
Là, un poema escénico de Camille Decourtye y Blaï Mateus Trias en el que se mezclan teatro, danza, música y mimo, con el cuerpo, el ritmo y la voz para llenar un espacio en blanco.
Èdip, de Sófocles en la versión de Oriol Broggi, con la participación de Julio Manrique. Teatro clásico que plantea los problemas morales de todas las épocas
Los clásicos, entendiendo por clásicos aquellos que se han convertido -por la razón que sea- en textos canónicos, lo son por razones no siempre evidentes. Muchas veces esa obscuridad tiene que ver con una lectura inmediata y, la más de la veces, torpe. Si cuando hablamos de la guerra de Troya solo somos capaces de entrever un acontecimiento histórico, del que en puro discurso histórico cabe expresar dudas más que razonables, estaremos perdiendo la ocasión de acercarnos a una sociedad en pleno desarrollo de su pensamiento filosófico, moral y emocional.
Esto es lo que consigue Broggi con su “Èdip” llevarnos a profundas reflexiones sobre la dimensión humana de la vida.
La puesta en escena es esencial. Esencial pero efectiva. No distrae en ningún momento. Siempre al servicio de un texto fuerte. Igual que la dramaturgia. Los movimientos son comedidos, austeros, incluso en los momentos álgidos del drama. Todo puesto al servicio de la profunda tragedia que envuelven a los personajes. Unos personajes que nos plantean la complejidad de la relación entre lo divino y lo humano. Un deseo divino que para las personas resulta casi inalcanzable. Unos dioses que nos aparecen en muchos momentos como antojadizos, moviendo las vidas de los humanos al ritmo de un azar caprichoso. Y el eterno debate entre la predestinación y la voluntad de los hombres y las mujeres. La conclusión a la que nos acerca Broggi es la de unos personajes navegando a partir de sus virtudes y sus defectos contra la tempestad que les envían los dioses del Olimpo. La vida como un camino empedrado de dificultades que nos prueban en nuestras convicciones y en nuestros valores. Una lucha en la que la victoria completa es impòsible, en la que la redención sólo es momentánea.
Nos plantea la necesidad de la humildad como herramienta básica para conseguir la expiación de nuestros pecados. Una humildad a la que Édip sólo llega a través del sufrimiento a partir de la plena consciencia de todo el daño causado, fuese fruto de la ignorancia o de su actitud.
“Èdip” puede parecer un monólogo por la presencia, fuerza y texto de Èdip, un espléndido Julio Manrique. Pero no hemos de engañarnos. El coro del teatro clásico griego, está aquí sustituido pero un enorme elenco de personajes, en primer lugar Yocasta, la madre/esposa, con una Mercè Pons que le da toda la profundidad que el trágico personaje necesita, y un Tiresias encarnado por Miquel Gelabert que rompe la obra en dos poniendo la verdad encima de la mesa. En conjunto, un grupo actoral eficiente en el que como siempre que está presente destaca un profundo y conmovedor Julio Manrique, uno de los actores más en forma en los últimos años, tanto en el plano de la actuación como en la dirección.
Este “Èdip” pone de relieve la necesidad de dotar a nuestra sociedad de una esfera moral imprescindible para tener una sociedad vivible, no solo para los dioses, si no para los propios humanos. En tiempos de relatividad moral, de la mentira y del robo no me parece poca cosa.
Por último poner en valor dos aspectos que me parecen pertinentes. Este texto “antiguo” , de otra época, que no está de moda, continúa teniendo un atractivo enorme para los espectadores, como demuestra el teatro lleno del día de la función. Seguramente ayudado por el otro elemento que querría destacar. Las temporadas de las obras en el teatro de estreno cada vez son más cortas pero en cambio la estupenda red de teatros comarcales, como el Teatre-Auditori de Granollers en el que pudimos gozar de la representación, están dando una vida a estas obras a través de los bolos en distintas poblaciones que acerca el mejor teatro, y el más mediocre, claro, a un público que no siempre está en condiciones de poder asistir a los teatros de Barcelona.
Un concierto de Xabier Díaz donde presentó en Barcelona su CD «Noró» un buen ejemplo de música tradicional gallega convertida en worldmusic
Cuando eres amante de músicas no comerciales resulta difícil poder ver en concierto a tus artistas queridos. Por contra, cuando tienes oportunidad de verlos en directo, el placer se multiplica. Esto es, entre otras muchas cosas, lo que nos sucedió el domingo 7 de octubre con Xabier Díaz y las Adufeiras de Salitre, en el concierto que tuvo lugar en el Centre Artesà tradicionàrius.
Xabier venía para presentar su último Cd “Noró (Algunhas músicas do norte)” que publicó este mismo año. De entrada, sorpresa por poder oír la obra de un músico que no se expresa ni en inglés ni en castellano. El iberísmo cultural, como bien denunció desde el escenario Xabier, es un bien muy escaso. Los deseos del nacionalismo rancio español serían aplastar toda expresión de la diversidad cultural del estado.
Nosotros, que sí que creemos en la multiculturalidad ya habíamos dedicado un espacio de atención a “Noró” en otro espacio personal, el podcast Pobrecito Satanás, al que os invitamos si os interesa este tipo de música. Además, según me dijo en una ocasión el propio Xabier, a quien le gusta este tipo de música, seguro que es buena gente.
Lo primero que cabe decir es que la coqueta sala del Tradicionàrius estaba llena. Los supuestos artistas minoritàrios quizás, si se les da la oportunidad, demuestran que tienen un cierto poder de convocatòria. Desde este punto de vista, felicitar a Tradicionàrius por la iniciativa de incluir en su programación de otoño a Xabier Díaz.
En el escenario, sin mucha puesta en escena, que no era necesaria, las fantàsticas Adufeiras de salitre, sus adufes y sus voces imprescindibles, los hermanos Álvarez, Gutier con el violín y la zanfona, Javier con el acordeón diatónico, y Xabier Díaz con la percusión, gaita y las voces.
Con unos primeros temas de calentamiento, el concierto entra en una fase de creciente emoción, fácilmente visible entre el público, entregado y, la más de las veces muy emocionado, que nos muestra a un artista con muchos años de recorrido que domina a la perfección el contacto con el público. Su humor gallego se convierte en un hilo de complicidad con todos nosotros, casi mágico.
La música tradicional nació, entre otras cosas, para ser bailada. El Cd, y por extensión su concierto, es una reivindicación de esta función esencial de la música. Desde el escenario nos encorajó a lanzarnos a ocupar los escasos espacios libres de la sala, bailando. Y la respuesta del público, un público que era evidente que compartía estos principios, fue entusiasta.
Las piezas iban enlazándose unas con otras, con unos músicos inspirados y unas adufeiras que sonaban, compactas, bellas… Está claro que este espectáculo está ya muy rodado, muy maduro. Seguramente, fue un buen momento para degustarlo.
Xabier reivindicó la necesidad de que la música tradicional sea exigente consigo misma. No es suficiente recuperar ese valioso patrimonio cultural que tenemos. Hay que cuidarlo, hay que trabajar con empeño por él y eso quiere decir trabajar mucho, tocar con expertez y máxima perícia. No nos podemos conformar con recuperarlo, le hemos de dar el máximo brillo posible.
El final del concierto fue una apoteosis de música en el escenario de baile en la platea y de gente arriba y abajo muy, muy feliz.
Nuestro artista va por el camino de ser una estrella. No una estrella fulgurante, cegadora, no. Eso lo dejamos para el pop y el rock. Es un artista comprometido con su país, con si idioma, con su cultura, con los valores que nos hacen mejores. Desde una humildad cristalina nos dejó dos perlas que me resisto no poner de realce: le regaló un ejemplar de “Noró” a Nadia, la más joven bailadora de la sesión en brazos de su madre y dedicó el concierto a un emigrante gallego que estaba entre nosotros a pesar de su silla de ruedas.
En definitiva, emoción, belleza, y comprobar una vez más como la música tradicional, esa que se conservó gracias a tantas mujeres, puede ser de radical actualidad siempre que se la trate con respeto pero a la vez se la traiga a nuestros días. Larga vida a la música tradicional!!!!