Federico…García Lorca… mi cantor

La obra de Pep Tosar «Federico García» nos acerca mediante un completo espectáculo, que auna música, poesía, video y documental la compleja vida y muerte del poeta de Granada.

Una obra de teatro sobre Federico García Lorca? en 2019? Como dice el mismo director, Pep Tosar, lo único que de verdad aportaría algo nuevo es saber dónde están sus restos…

Por tanto nos acercamos al Teatre Romea con la doble sensación de que visitabamos de nuevo a un pariente cercano, muy cercano, y que poco nos podrían descubrir. Pero Federico tiene el don de hacernos vibrar en cualquier caso e, incluso, hacerlo de antemano.

Y sin querer saber previamente casi nada de lo que íbamos a ver entramos en el teatro. Cuando la función da comienzo nos vemos empujados a circular por unas vías, nunca mejor dicho, en las que se aúnan muchas cosas. Empezamos a temer que vamos a presenciar un espectáculo flamenco… y lo tenemos! Una Mariola Membrives al cante y un José Maldonado al baile, nos deslumbran a los que sin ser flamencos, nos gusta el arte. El duende está en el aire. Desde el minuto uno nos damos cuenta. Pronto descubrimos la función de ese telón transparente que nos separa de los artistas. En realidad es una pantalla en donde iniciamos un viaje hacia los paisajes, muchos y diversos, del poeta. Un viaje sazonado con declaraciones de especialistas en el autor como la escritora Antonia Rodrigo, el profesor Domingo Ródenas y el periodista y poeta Juan de Loxa. Tosar también logró entrevistar a Vicenta Fernández-Montesinos, nieta de Lorca, la última persona viva que trató con el poeta.

Y el carrusel de emociones gira y gira. Del video de evocadoras imágenes pasamos al testimonio personal de los invitados. De la poderosa guitarra de Rycardo Moreno, a la voz de mil registros de Pep Tosar. Del arrebatado quejío de Membrives al recital de baile y de postura de Maldonado.

La aproximación de Tosar al poeta es delicada, es sugerente, alejada, aunque no ajena, del mito. Sintiendo la evolución del poeta en tanto que persona fruto de su entorno y circunstancias. Acercándonos a su infancia, acercándonos a su estancia en la Residencia de estudiantes, acercándonos a su relación con Luís Buñuel y con Salvador Dalí.

Pero por encima de todo, la voz, la palabra. Y no una voz cualquiera: la del ciudadano Federico García convertido en el poeta García Lorca. Convertido en el autor teatral que echó abajo la puerta del teatro español. Antes de que todos nosotros lo supiéramos. Que convirtió el mundo en palabras. Palabras que suenan a magia construida hoy mismo.

Pep Tosar construye un texto potente, compacto, en el que se proyecta Federico García como a un gigante pero a la vez cercano. Y le añade un uso de la escenografía sencilla, minimalista pero que refuerza de forma vigorosa el conjunto.

Mención aparte quiero hacer en el uso, casi obligado en el teatro actual, de los audiovisuales. No es aquí un añadido estético, es parte esencial del propio espectáculo, es espectáculo. Necesitamos todas esas versiones de Federico, no nos podemos perder ningún matiz. Los diferentes testimonios, desde su perspectiva cada uno, completan nuestro acercamiento al poeta. Hecho con ritmo, con delicadeza, con fluir que no distancia en ningún momento. Con un repaso a los escenarios, los diferentes escenarios vitales del poeta.

De agradecer, muy de agradecer, que Tosar no se centre en el final, el horrendo asesinato, de Federico García Lorca. Siendo una tragedia en todos los sentidos de la palabra, no podemos ni debemos condenar a Federico García Lorca a la única dimensión de víctima. Él no lo hubiese permitido. Sí que agradecemos a Tosar que ponga encima de la mesa las difíciles situaciones vitales que supuso para él su condición de homosexual. Una opción que, sin ningún género de dudas, fue uno de lo elementos claves en su asesinato.

La tragedia de ser mujer en aquella España -muy diferente a la de hoy?, ojalá-, la tragedia de ser gitano, la tragedia de ser gay. Asombrosa actualidad la de Federico. Qué necesario sigues siendo…

En definitiva, sí que se podía hacer algo más entorno a Federico García Lorca. Tosar construye uno de los mejores ejemplos que hemos tenido el honor de ver de espectáculo total. Es un documental? Sí. Es un recital de poesía? S. Es teatro? Sí. Es baile? Sí. Es cante? Sí … ES ARTE.

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Kassandra, tan sols vull que m’estimeu

El teatro de Sergio Blanco, de la mano de Sergi Belbel y Elisabet Casanovas, nos trae en este «Kassandra» toda la humanidad, todos los temas del teatro griego hasta nuestros días.

img_20181028_193238822Hay veces que los prejuicios nos vencen: es un monólogo, es inglés, la actriz es muy joven, el director empieza a estar por encima de sí mismo, etc… Esa era nuestra actitud ante “Kassandra” la obra que íbamos a ver. Siempre abiertos pero un tanto reticentes.

Nada más entrar en la Sala Taller del TNC la situación era ya abiertamente disruptiva. Por lado alguno aparecía el escenario, es más, Sergi Belbel y Max Glaenzel nos proponían trasladarnos a algo intermedio entre una disco, más bien cutre, de años ochenta y un cabaret de entreguerras.

Las gradas del público estaban mezcladas, incluidas sería más preciso, entre las mesas en las que parte del público, no sabemos si desde dentro o desde fuera, ocupaba en la platea, o quizás ¿escenario?, a modo de juego de los disparates en el que nadie sabía antes de comenzar la función cuál había de ser su papel.img016

Elisabet Casanovas, la indiscutible e indiscutida protagonista de la velada, nos interpelaba de una forma directa en un entremés que no sabíamos si era juego o parte de la obra. Los roles habían saltado ya por los aires.

“Kassandra”, una cabaretera transexual, un poco lunática, un mucho deslenguada, siempre tierna, nos explica su historia, una historia de guerra, de abusos, de incomprensiones, de abandonos… que coincide punto por punto con otra Casandra, aquella que mitología griega, era hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya. Casandra fue sacerdotisa de Apolo con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, Casandra rechazó el amor del dios; éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. Tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano dio crédito a sus vaticinios. Nuestra “Kassandra” nos explica todo su dolor con una gracia que nos conmueve.

Lo primero que querría señalar es que nosotros descubrimos un autor, Sergio Blanco, que no conocíamos y que, sin duda, ya es uno de nuestros autores favoritos. Su texto es de una riqueza difícil de evaluar. Un conocimiento del teatro clásico griego que no es fácil de encontrar en los autores actuales. Pero desde la erudición lo descompone para ponerlo al servicio de sus ideas, de su sensibilidad. Y lo convierte en tramas perfectamente actuales, poniendo en valor la permanencia de dichos textos. Troya se nos aparecía como Bosnia sin quererlo. Las tramas de Eurípides nunca nos parecieron tan actuales. No en la forma, no, sino en su última esencia, en todos aquellos elementos que tienen que ver con la naturaleza humana, con nuestra tragedias y nuestras alegrías, con nuestras virtudes más logradas y con las acciones más viles.

Y sin una pizca de grandilocuencia, al revés, desnudándolo de todo engreimiento. Y eso ¿cómo lo consigue? Aquí aparece un elemento central en la obra: destruyendo la lengua, creando un nexo comunicativo nuevo que no es ni antiguo ni nuevo, ni conocido ni elevado. La lengua que pueden utilizar muchas prostitutas que se ven extrañadas desde sus países de origen y empujadas hacia la prostitución como único recurso de subsistencia. Un nexo comunicativo que nos pone a todos, clientes y espectadores, a Kassandra y su entorno, en un mismo nivel donde todo parece nuevo, donde nadie conoce las reglas.

El sexo con el que nos interpela “Kassandra”, ese sexo alegre, festivo, provocador… y triste, profundamente doloroso, que como todas la desgracias de su vida solo se pueden soportar con el humor. El humor como estrategia de subsistencia. Un humor que instala la obra dentro de las coordenadas del cabaret.

Elisabet Casanovas, aquella ingenua actriz de “Merlí” ya no es Tània. Es una actriz que ha crecido hacia una madurez temprana pero solvente. “Kassandra” la pone en el candelero de las jóvenes actrices de referencia en Catalunya. Verla cantar, verla bailar, interpretar, interactuar con el público, aguantar ella sola este monumento teatral está al alcance solo de los artistas tocados con la varita.

La escenografía, fundamental en esta obra, consigue perfectamente su objetivo. Nos desplaza de la zona de confort del teatro de tres paredes. No es que haya diálogo con la cuarta pared, es que todos estamos en la “olla”, público y actriz.img_20181028_175332795

Sergi Belbel tiene una “Sosias” perfecta. El grado de compenetración director/actriz es enorme. Eso es una de las garantías para que en ningún momento se le vean las costuras a la obra.

Finalmente recojo unas líneas de Sergi Belbel del programa por que no sabría decirlo mejor.

“Kassandra, la jove troiana visionària injustament tractada de bojas, a la qual cap dels tres autors tràgics grecs no va dedicar una obra amb el seu nom, us espera per interpel·lar-vos directament als ulls en una mena de club nocturn tronat en una ciutat occidental qualsevol en ple segle XXI i amb una llengua que no és la seva. Ni la nostra. Ella només vol explicar-vos la seva tragèdia. Ella només vol la vostra comprensió. I, si és possible, la vostra amistat”

«Èdip», el dolor de ser humano

Èdip, de Sófocles en la versión de Oriol Broggi, con la participación de Julio Manrique. Teatro clásico que plantea los problemas morales de todas las épocas

Los clásicos, entendiendo por clásicos aquellos que se han convertido -por la razón que sea- en textos canónicos, lo son por razones no siempre evidentes. Muchas veces esa obscuridad tiene que ver con una lectura inmediata y, la más de la veces, torpe. Si cuando hablamos de la guerra de Troya solo somos capaces de entrever un acontecimiento histórico, del que en puro discurso histórico cabe expresar dudas más que razonables, estaremos perdiendo la ocasión de acercarnos a una sociedad en pleno desarrollo de su pensamiento filosófico, moral y emocional.

Esto es lo que consigue Broggi con su “Èdip” llevarnos a profundas reflexiones sobre la dimensión humana de la vida.

La puesta en escena es esencial. Esencial pero efectiva. No distrae en ningún momento. Siempre al servicio de un texto fuerte. Igual que la dramaturgia. Los movimientos son comedidos, austeros, incluso en los momentos álgidos del drama. Todo puesto al servicio de la profunda tragedia que envuelven a los personajes. Unos personajes que nos plantean la complejidad de la relación entre lo divino y lo humano. Un deseo divino que para las personas resulta casi inalcanzable. Unos dioses que nos aparecen en muchos momentos como antojadizos, moviendo las vidas de los humanos al ritmo de un azar caprichoso. Y el eterno debate entre la predestinación y la voluntad de los hombres y las mujeres. La conclusión a la que nos acerca Broggi es la de unos personajes navegando a partir de sus virtudes y sus defectos contra la tempestad que les envían los dioses del Olimpo. La vida como un camino empedrado de dificultades que nos prueban en nuestras convicciones y en nuestros valores. Una lucha en la que la victoria completa es impòsible, en la que la redención sólo es momentánea.

Nos plantea la necesidad de la humildad como herramienta básica para conseguir la expiación de nuestros pecados. Una humildad a la que Édip sólo llega a través del sufrimiento a partir de la plena consciencia de todo el daño causado, fuese fruto de la ignorancia o de su actitud.

“Èdip” puede parecer  un monólogo por la presencia, fuerza y texto de Èdip, un espléndido Julio Manrique. Pero no hemos de engañarnos. El coro del teatro clásico griego, está aquí sustituido pero un enorme elenco de personajes, en primer lugar Yocasta, la madre/esposa, con una Mercè Pons que le da toda la profundidad que el trágico personaje necesita, y un Tiresias encarnado por Miquel Gelabert que rompe la obra en dos poniendo la verdad encima de la mesa. En conjunto, un grupo actoral eficiente en el que como siempre que está presente destaca un profundo y conmovedor Julio Manrique, uno de los actores más en forma en los últimos años, tanto en el plano de la actuación como en la dirección.

Este “Èdip” pone de relieve la necesidad de dotar a nuestra sociedad de una esfera moral imprescindible para tener una sociedad vivible, no solo para los dioses, si no para los propios humanos. En tiempos de relatividad moral, de la mentira y del robo no me parece poca cosa.
Por último poner en valor dos aspectos que me parecen pertinentes. Este texto “antiguo” , de otra época, que no está de moda, continúa teniendo un atractivo enorme para los espectadores, como demuestra el teatro lleno del día de la función. Seguramente ayudado por el otro elemento que querría destacar. Las temporadas de las obras en el teatro de estreno cada vez son más cortas pero en cambio la estupenda red de teatros comarcales, como el Teatre-Auditori de Granollers en el que pudimos gozar de la representación, están dando una vida a estas obras a través de los bolos en distintas poblaciones que acerca el mejor teatro, y el más mediocre, claro, a un público que no siempre está en condiciones de poder asistir a los teatros de Barcelona.

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