El pan y la sal, el teatro necesario

La Memoria Histórica a juicio. Lectura dramatizada del juicio al juez Garzón en el que las víctimas del franquismo se convirtieron en acusadas. Las fosas comunes tienen que ser abiertas de una vez por todas.

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Teatro necesario. Si podemos poner un adjetivo a El Pan y la Sal es ese, el de necesario. Llevamos demasiado tiempo de teatro divertido, banal, vacuo, que nos ayuda a desconectar. El Pan y la Sal, de Raúl Quirós, consigue precisamente lo contrario, conectarnos con esa parte de nuestra Historia que algunos, machaconamente y de forma interesada, pretenden hacernos olvidar.

El montaje se enmarca en un escenario que quiere ser la sala de vistas del Tribunal Supremo . Una escenografía minimalista, con la fuerza de los testigos mudos verdaderos protagonistas de la obra: cientos de fotografías de personas desaparecidas en España desde 1936 hasta el final del franquismo, que conforman las paredes de la sala. Se desarrolla en 15 escenas, con un Prólogo y un Epílogo, en las que se pone de manifiesto que no fue suficiente aquella Ley de Amnistía promulgada por consenso entre los partidos políticos con representación parlamentaria de aquellas primeras elecciones democráticas. Porque Amnistía no se puede confundir con amnesia.

“No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca…. El derecho de recordar no figura entre los derechos humanos consagrados por las Naciones Unidas, pero hoy es más que nunca necesario reivindicarlo y ponerlo en práctica: no para repetir el pasado, sino para evitar que se repita” Con este texto de Galeano, recitado con la fantástica voz del director Andrés Lima, se inicia este relato sobre lo que se llamó el juicio a la Memoria Histórica.

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Que personas que sufrieron la desaparición y asesinato de sus familiares y quisieran recuperar sus restos, fueran sentadas en el banquillo en un proceso contra el juez Garzón, es algo impensable en cualquier democracia avanzada. Uno de los muchos motivos, sin duda, por los que nuestra democracia está últimamente tan cuestionada desde amplios sectores de la izquierda.

La obra producida se estrenó en 2015 en el Teatro del Barrio, que produjo el montaje en colaboración con el Español de Madrid, el Teatre Lliure y el Central de Sevilla no es más que la transcripción textual de las declaraciones de los protagonistas durante el juicio, la representación de la injusticia. Al ser una lectura dramatizada, toda la fuerza que tiene la literalidad de las palabras, la pierde en “teatralidad”. Nos ha faltado “verdad escénica”. Aunque el director Andrés Lima pretendiera precisamente eso, que la representación no tuviera ni una línea de ficción, siguiendo el modelo de la obra Ruz-Bárcenas, los amantes del teatro echamos en falta un poco de fuerza teatral para evitar algunos valles en la representación, salvados por lo impactante de las declaraciones de los familiares y amigos de los desaparecidos. Concentradas en poco más de una hora pudimos escuchar historias de secuestros, de asesinatos, de niños robados, de torturas, de represión, de vergüenza, de miedo, historias que están sepultadas en las cunetas y que las paladas de tierra que escuchábamos de tanto en tanto intentaban desenterrar con mucho esfuerzo y sin ayuda institucional. Testimonios que, en muchos momentos, te ponen un nudo en la garganta.

Exceptuando a Mario Gas, al que sólo le faltaba un cierto acento andaluz para ser el propio Garzón, debemos resaltar, sin duda, dos actuaciones memorables: la de María Galiana, impresionante, y la de José Sacristán. Ambos consiguen transmitir su mensaje a través de la escenificación sin malograr en absoluto la verdad de sus palabras. Los diálogos entre Ginés García (abogado) y Alberto San Juan (acusación en representación de Manos Limpias) seguramente plasman lo que fueron, un diálogo entre dos profesionales encontrados en una causa. Demasiado planos para la intención del autor. La dramatización de esos careos hubiera dado más fuerza a lo que pretende ser un clamor contra el silencio y el olvido.

Al acabar, todo el teatro puesto en pie aplaudió no solo a los actores sino a los 114.226 personas desaparecidas, enterradas en más de 2.000 fosas comunes. Teatro denuncia. Teatro necesario, pues, para seguir excavando cunetas y que el desgarro de este país pueda ser algún día reparado.

 

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Autor: VICTORIA GEIJO CABALLERO

Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos.

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