Como el verano nos otorga tiempo personal extra este año pudimos ver el documental “Wild Wild country”.
Lo primero que merece la pena ser destacado es que en un panorama televisivo como el que estamos viviendo, caracterizado en general por la espectacularización de los contenidos, nos encontramos con la sorpresa de que Netflix apuesta por un documental extenso y de producción cara. Abre la esperanza de que los contenidos un poco más exigentes tienen una ventana de oportunidad en competencia con series dramáticas.
“Wild Wild Country” explica los acontecimientos que tuvieron lugar en Antelope, Oregon, pequeña localidad norteamericana, cuando inesperadamente aparecieron en un rancho cercano la comunidad de seguidores del gurú indio Bhagwan Shree Rajneesh, después conocido como Osho.
La serie es valiosa, muy valiosa por varias razones que pasaré a intentar explicar.
La primera es que nos acerca, en base a los relatos personales, al por qué del éxito de una “religión”(?) de cariz sectario como eran los rajnishes. Especialmente curioso es que esta comunidad, y tantas como ella, solo son noticia cuando occidentales se suman. El testimonio nos habla de personas que han perdido el sentido de su vida, repleta de materialismo, codicia, estrés y valores más que discutibles. Personas que reclaman un horizonte espiritual que le dé profundidad a su vida. En definitiva, lo que las diferentes religiones han hecho por la humanidad desde hace varios millares de años. Un deseo de trascendencia que es casi innato al ser humano. Y cuando esto se corrompe en nuestro entorno cultural lo vamos a buscar fuera de él.
Junto a esta realidad hay que poner encima de la mesa el choque de culturas entre Oriente y Occidente. Resulta relativamente fácil encontrar en Oriente aquello que tenemos la percepción de haber perdido entre nosotros. Y junto a ello, la aparición de otro elemento clásico: el liderazgo carismático.
El documental nos ofrece una panorámica de la situació creada en Antelope muy interesante. Por un lado una comunidad muy pequeña, muy cerrada, anclada en una visión muy conservadora de la vida, donde la religión es claramente un elemento aglutinador y donde un tal Trump, por ejemplo, podría conseguir votos. Y claro, los seguidores de Bhagwan Shree Rajneesh eran víctimas propiciatorias de este ambiente, que vemos rápidamente, viciado. Por otro lado, una comunidad Rajneesh hiper motivada, ¿alienada?, que desde una cierta prepotencia desprecia a la comunidad tradicional. Y todo construido desde el relato personal contrapuesto, sin voz en off.
Otra aportación valiosa de “Wild wild country” es ver cómo, a pesar de predicar la espiritualidad más profunda, el dinero, los lujos, el materialismo acompañan también a los rajnishes. Es difícil no percibir que Osho tenía un negocio sustancioso y que sus lujos se asemejaban al de otros líderes religiosos que nos son más cercanos. Da igual que sean iglesias largamente establecidas o sectas recientes, todas tiene en su punto de mira los intereses económicos. El documental lo deja bien claro.
El dibujo de las relaciones de poder es deslumbrante. En las dos comunidades, la rajnishes y la de Antelope, las batallas por el poder son un poderosísimo movimiento tectónico por debajo de los discursos oficiales. El poder dentro de la propia comunidad y en el enfrentamiento entre ellas. Y cómo en esa batalla no hay rehenes. Desde intentos de asesinato a violencia contra el otro grupo. Desde la utilización torticera de las instituciones hasta la delación más ruín. Queda claro que a la democracia inclusiva, más allá de los discursos de los políticos, le resta muy poco espacio en determinadas comunidades.
Finalmente una reflexión global: “Wild wild country” deja bien claro la fractura entre los ámbitos urbanos y las comunidades rurales. Sociedades duales, culturas irreconciliables. Donde todo avanza a un ritmo vertiginoso y aquellas donde el tiempo parece haberse detenido.
Como conclusión diría que este documental ha sido una oportunidad para acercarnos a muchas cosas a la vez, explicadas de forma inteligente y veraz, con un enorme dinamismo y atractivo formal, huyendo del sensacionalismo y demostrando que el periodismo documental es válido y necesario. Y además, entretenido. ¿Qué más podemos pedir de algo menos de cinco horas delante de nuestro televisor?